Morita Carrillo

Morita Carrillo

SUS CUENTOS

Extraido de "Jardín de Lectura"
(1981) Editorial ARTE







ASNALUNA

Asnaluna hizo su entrada al mundo cuidadosamente envuelta en una capa algodonosa. Un par de párpados aterciopelados se plegaba delicadamente sobre sus ojos... Y sus orejas eran las copias húmedas de dos hojas de frailejón.
Más que asno-bebé era una masa de vellones mojados; un pequeño bulto de nubes grises; una bola de humo tibia y aplastada.
Flormalojo, a pesar de ser madre primeriza, sabía que su hijita hasta entonces había estado aislada mundo adentro, que su presencia era de gota que tiembla... por tal motivo, pidiendo sabiduría al instinto, desde los primeros momentos comenzó a rodearla, a protegerla.
Acariciadora se dedicó a lamer aquel ser indefenso, aquella criatura blanda que a simple vista parecía un juguete de trapo acabadito de sacar del agua. Era no sólo lamer a la recién nacida sino también lamer su asombro, su silencio...
La madre se sentía turbada ante el acontecimiento. Ya sabía ella por el decir de sus bisabuelos y otras parentelas muy anteriores, que los de su casta, en el sentido asnal, poblaron la tierra; por lo tanto, traer asnitos a la luz no era nada extraordinario. Pero esta vez era distinto, porque en este caso, su pequeña heredera y ella eran protagonistas.
De pronto pensó Flormalojo en su deber de dar alimento a la primogénita. Se apegó cuanto pudo a la pequeña, coordinó sus movimientos hasta lograr que la temblorosa chiquita tropezara con el biberón, el que había sido cuidadosamente preparado y guardado en un rinconcito limpio de su cuerpo de madre.
Así, la pequeña pudo ingerir el primer alimento. ¡La primera ración de leche materna! Flormalojo fue invadida por una enorme emoción cuando la nena dio tropecitos sobre aquella prodigiosa vertiente, donde iniciaba el acto de darle vida por segunda vez. Satisfecho ya su apetito, la bebita sí que durmió profundamente.
La madre se contagió de aquel sueño y recostó su larga cara de adulto sobre la cabecita de la nena. Pero ya a punto de dormirse, pensó con sobresalto que si la osificación era incompleta, su peso podría ocasionar deformaciones en la caja craneana, lo que luego entorpecería el desarrollo de aquel cerebro de burrita. Así que prefirió pasar la noche, sentada muy cerca de la recién nacida.
Con los ojos desbordantes de insomnio, la madre se puso a contemplar el cielo. La luna sólo dejaba ver un poco de su claridad... y a ella le pareció que aquella era una luna envuelta en pelusillas grises de nubes delgadas. Fue entonces cuando se le ocurrió el nombre que llevaría su nenita: ¡Asnaluna!
Pasaba el tiempo y el cielo sacaba nuevos días y noches de sus bolsillos... Flormalojo no dejaba de cuidar e instruir a su primogénita. La observaba continuamente, para explicarse a sí misma el por qué de los más mínimos aconteceres.
Una vez entre tantas, el viento frío sopló sus cornetas con mucha energía...¡Uff! ¡Qué fastidio! Hasta la colcha de hojas que las abrigaba, dió vueltas, giró sobre sus cabezas... Asnaluna se sacusió muy agitada, pueso en juego la fuerza temblorosa de sus piernas e hizo rebotar como resortes, sus rodillas. Flormalojo se asustó un poco, pero en medio del susto pensó con gran satisfacción, que si la pequeña era tan vigorosa, pronto, pero muy pronto estaría en condiciones de dar la primera carrera y de balbucir el primer rebuzno. Pasó el ventarrón y todo quedó en calma.
Un poco más arriba, hacían ojitos de oro los ramilletes, sobre los macizos
de frailejones. La luz había desatado nudos transparentes de un esplendor amarillo. Los arroyuelos saltaban y reían, al correr cuesta abajo, hacia los cercados de piedra, los vallecitos verdes y los lirios...
Éste casualmente era el día, el hermoso día que Flormalojo había escogido para que Asnaluna diera su paseo inicial por los alrededores.
La madre habló a la hija de modo entrañable, de forma que sólo la criatura pudiera entenderle. Luego le dio empujoncitos para animarla y con el hocico tibio le friccionó las piernas.
Así se realizó el milagro. La chiquilla salió andando tras la madre y los matices de la mañana salieron a encontrarlas.
Flormalojo marchaba adelante. Asnaluna la seguía de cerca. La burrita, invadida por una inmensa curiosidad lo contemplaba todo con el más bello de los asombros. Olió la hierba, miró al cielo; dio varias vueltas como si en vez de asnita fuera un moscardón... o un aprendíz de trompo. Con un lenguaje silencioso preguntó algo a la madre, a ésta pregunta siguió otra más... y otra y otra...

Flormalojo, con palabras comprensibles sólo para su chiquita, le dio muchas explicaciones, con paciencia y una claridad buena de la que cae y sigue...como cadenita de agua.
-Este es tu reino_ dijo la madre_ tienes que conquistarlo; allí mismo junto a tí, encontarás pan y juguetes.
Flormalojo se alejó sin más ni más. con la intención de charlar un ratico con algunos parientes adultos que divisó a lo lejos.
La chiquita quedó perpleja, con expresión absorta miró a todos lados...y con manso gesto, al darse por vencida, bajó la cabeza.
Pero, de pronto, llevada por el instinto, se puso a olfatear la hierba, la mordió juguetonamente y sintió un juguito agradable entre los dientes. En ese momento, una mariposa se detuvo sobre una de las orejas y un insecto flaco, con el cuerpo exactamente igual a un palito seco, se paró sobre su nariz y comenzó a remirarse en los dos espejos húmedos que tenía ella en el rostro. La rara visitante hacía ademanes con las manecitas huesudas y parecía llamar a las niñas de sus ojos. De pronto, quedó despejado el misterio. Claramente comprendió Asnaluna lo que significaba aquello de "pan y juguetes". Se sintió colmada de alegría de vivir y alzó el labio superior con graciosos estremecimiento... Fue esto lo más parecido a la sonrisa que halló dentro de sus facultades.
Así inició Asnaluna su amistad con el ancho mundo, con la naturaleza prodigiosa y silvestre...

FIN






JUAN TRAPITO, TRAPILINDA Y BONITELA

Éste es un matrimonio de trapo. El se llama Juan Trapito. Se llama ella, Bonitela. El matrimonio tiene una nena. ¡Qué bella es Trapilinda! ¡Bella como una flor nueva! Sus padres pasean con ella. Ellos les dicen palabras tiernas. Bonitela mece a la nena. La mece en sus brazos suaves. .. brazos cariñosos y tibios... ¡brazos de madre buena!

Bonitela dice: -Duerme mi pequeña... Trapilinda escuha. Abre mucho los ojos. Los ojos de Trapilinda son grandes. Grandes como margaritas abiertas.

Juan Trapito canta: -duerme Trapilinda... Arroró, mi nena, cierra los ojitos, vienen las estrellas...


FIN






EL DÍA QUE SE MULTIPLICÓ EL ARCO IRIS

-¡Una carta del cielo, escrita con lápices de colores!
-¡Una carta de sol y de lluvia!
-¡Una carta!
Así decía el pregón de los seres del bosque. Aquella tarde había llovido...Y ahora todo estaba lleno de peces de cristal, cabellos de sol, serpentinas multicolores, rumor, brillos...
No se decía el pregón con palabras; lo repetían: trinos, colores, músicas, temblor de criaturas vegetales, finura del aire... Algunas aterciopeladas flores acuáticas, las ranas saltarinas y varios insectos con alas de celofán formaban una comitiva...
Los pájaros no dejaban de revolotear... y las mariposas pedían bellamente que las incluyeran en esa comisión. Pero es que no se podía hablar de grupos aislados, porque todos iban hacia el mismo lugar como Reyes y Pastores tras el Cometa; como quien es halado por hilos invisibles hacia un punto de lejano encantamiento.
Lo cierto es que, alrededor de tanta belleza majestuosa, había remolinos de confusión. Algunas hormigas rojas y grandotas, dejaban de caminar y giran igual que trompos... Y dígame la mona, ésa no sabía que hacer, alborozada, brincaba con su monito sobre la espalda, soltando agudos chillidos.
Desde su hogar, en un árbol viejo, asomaban las cabezas calvas de tres periquitos; en la puerta de la vivienda, la madre, con un bojote guardado en el buche se disponía a dar alimento a sus nenes, cuando escuchó el anuncio... Con mucho apresuramiento dio de comer a los calvitos y salió disparada.
La incansable ardilla, gran reforestadora, sacudía la cola llena de contento y lucía magnífica con media fruta en cada mano, por ser ésa su costumbre: una parte para comer... y una parte para sembrar... Ella sin más ni más, abandonó su trabajo; corrió y saltó hacia donde retumbaba la voz que habitaba en todos y en ella misma...
Se apresuraron los colibríes cola-de-hilo, los tucusos montañeros, chirulíes, arrendajos, pájaros de siete colores, turpiales, carpinteros... y una bandada de guacamayas que gritaban sin parar:
-¡Una carta del cielo escrita con lápices de colores!
-¡Una carta viva como cintas de jardín!
Y comenzó un desfile nunca visto. Avanzaban en grupos, en parejas... o unos detrás de otros, llamados por aquel grito que salía del propio regocijo, pero que más bien parecía fluir del globo encantado del bosque.
Al fin... lo buscado, lo perseguido: el espacio desenvolvía su pliego poblado por millares de arco iris chiquitos. ¡Cuánta emoción! ¡Qué maravillosa carta! estaba escrita con rayitas de todos los colores... y por dondequiera se repetían sus franjas leves. Era un mensaje dibujado en el papel del aire por vuelos de tintas multicolores. ¿Qué había sucedido? Por aquí, por allá... cada rayo de sol como si fuera un lápiz mágico, había escrito una página cristalina y redonda, de cada gots de lluvia...
¡Ahhh...! De pronto, una nube cubrió el rostro de naranja del sol... Y la carta del cielo inclinada hacia lo que flota y se apaga, desapareció en forma instantánea ¡Qué aspaviento! ¡Qué horror!
-¿Qué le pasó a la carta escrita con lápices de colores?
-¿Por qué se fue la carta que pintó el cielo con su caja de creyones?
Aquella multitud silvestre lanzaba la pregunta con desesperación. Pero no hubo respuesta. ¿No habría respuesta?
Cabizbajos y consternados, de uno en uno, de dos en dos, de tres en tres, fueron retirándose todos, de la ilusión y su lugar momentáneo... hasta que la frescura de la montaña, como un pañuelo, enjugó poco a poco el sabor de la tristeza compartida.
Cuando llegaron a sus hogares, cada quien por su camino, eran de nuevo seres felices...
Pasó el tiempo.. y aquellos momentos maravillosos quedaron convertidos dentro del recuerdo, en un hermoso cuento que flota y se apaga... pero en los días de lluvia se repite como un milagro, para los jóvenes... y para los más pequeños...

FIN




EL GALLITO CANTARILE


Desde que era un pollo zagaletón, Cantarile comenzó a dar demostraciones de que llegaría a ser un gallito diferente. Le horrorizaba sentirse uno del montón, un emplumado más.
Cantarile era muy original. Cada día, al despertar, saltaba del naranjo-dormitorio, al vecino muro blanco y afirmando sus patas vigorosas sobre el tejadillo, daba su saludo al amanecer, gritando lleno de energías poéticas:
- ¡Quiquiriluz!- y su clarinada se volvía de oro en el viento.
Luego miraba hacia el jardín de la casa más cercana... y al divisar una rosa, una margarita, o una amapola, gritaba loco de entusiasmo:
- ¡Quiquiriflor! y abría tamaños ojos a la contemplación de la belleza. Después daba a todos, cortésmente el saludo mañanero y hacía algún comentario como éste:
- ¡Bello día! ¡Ya he visto más de una mariposa de cuatro y dos colores!
El gallo Popi Cantor se enfurecía y sin poder contenerse lo trataba de tonto; la joven Plumiflora sonreía a su modo; la tía Cacarina blanqueaba los ojos con impaciencia, mientras que el viejo Crestarroja decía por lo bajo:
- Tendrá la cabeza llena de diaparates... ¡pero es un buen muchacho!
Cantarile pensaba que ellos no alcanzaban a comprender la magia de sus palabras... y sin añadir ni pío se dirigía con pasos seguros hacia la ventana principal de la casa a la cual pertenecía el corral. La casa era una casa de pensión, la dueña de la pensión era la señora Chúa y en la pensión vivían muchos estudiantes universitarios.
- Cada uno de estos muchachos llegará a ser un doctor - decía con grecuencia Doña Chúa- Y Cantarile sentía dentro de su pecho palpitaciones de asombro...
Debido a ésta circunstancia, Cantarile se dedicó por entero a mirar y admirar a los estudiantes. No les perdía pisada... Él pensaba que siendo como era, tan inteligente, si los imitaba, también podía llegar a ser doctor.
LLegado el momento los estudiantes marchaban a la universidad. Cada quien llevaba su expresión alegre y su haz de libros bajo el brazo. A la par de ellos Cantarile salía también, llevando con orgullo un trocito de periódico, muy arrugado, bajo el ala.
Los estudiantes avanzaban por la calle; Cantarile. siguiendo el mismo rumbo caminaba dignamente por sobre el tejadillo rojo del muro. De allí saltaba a la cresta oscura de una pared contigua, para avanzar luego sobre otra y otra pared, hasta llegar a su lugar fijo, su puesto de observación: ¡un techo de aula de la mismísima universidad!
Más de un año llevaba el menudo gallito en estas andanzas, cuando un día notó un trajín desacostumbrado en los patios universitarios. Los estudiantes, alborozados, corretaban y gritaban, se perseguían unos a otros y ...¡cosa curiosa! algunos llevaban en las manos unas inmensas tijeras de claridad y plata.
A Cantarile se le iban los ojos detras de aquel bululú...
Se repetían gritos estridentes: ¡Otro nuevo! ¡Otro nuevo!... Y al "nuevo" lo rodeaban y al dejarlo libre tenía la cabeza tan pelona como las piedras grises que a diario veía Cantarile en el gallinero.
El pobre gallito se sintió sacudido por una fuerte emoción. ¡Habá comprendido! ¡Todo aquello era necesario para llegar a ser doctor! - pensó Cantarile- ¡Me someto a la prueba!
Y ... ¡zacatás! se lanzó del techo y comenzó a corretear y a golpearse el cuerpo con las alas con el propósito de hacerse notar. ¡Y si que le dio resultados! Violentamente lo alzaron unas manos anchas y en su oídos retumbó el grito: ¡Otro nuevo! ¡Otro nuevo!
En un dos por tres, aquellas tijeras enormes de claridad y plata, también a él lo dejaron sin una pluma en el cuerpo.
Uno de los estudiantes de la pensión quiso facilitar la huída y sin más ni más lo lanzó hacia el tejadillo del muro. Pelón y friolento, pero lleno de felicidad por creer que se había graduado, Cantarile corrió hacia el gallinero con la gran noticia.
- ¡Quiquiriluz!- le salió una voz carrasposa y apretada; una voz que más parecía de chivo que de gallo.
¡Cantarile estab completamente afónico! ¡Se había resfriado por andar desnudo!
Muy atribulado saltó del muro y cayó al suelo húmedo, cuan corto era. Toda la gente del gallinero al verle en tal estado corrió a prestarle ayuda.
Nadie se figuraba lo que había pasado, con excepción de Crestarroja, quien por su experiencia de gallo viejo se imaginó lo acontecido.
-¡Tiene fiebre! - gritó la tía Cacarina después de tocarle con la punta del ala...
Un gran sentimiento de solidaridad se adueñó de los habitantes del corral y todos quisieron atenderle. Mientras que algunos gallos preparaban apresuradamente un colchón de hierbas, las gallinas juntaban hojas y hacían una colcha tibia. Por su lado, Crestarroja le daba a tragar cristalitos de zábila... y con gran ternura Plumiflora le colocaba dentro del pico gotas frescas de agua.
¡Nada le faltó a Cantarile! En su lecho de enfermo estuvo siempre rodeado. Toda la gente del gallinero se turnó para cuidarles. Hasta los pollito s de mamá Cloclovi vinieron algunas veces a montarle guardia.
Un día cualquiera, Cantarile ya recuperado y completamente vestido, abandonó el lecho... y lanzó con voz muy nostálgica el "quiquiriquí" de los suyos. Crestarroja fue quien primwro notó el cambio y acercándose con aires de sabio le dijo: - Mijo, ... siga siendo poeta, siga siendo un gallito diferente... Pero comprenda esto: usted podrá llegar a ser doctor a nuestro modo... pero doctor entre los humanos... ¡nunca! Ya vio como aquí todos le queremos...
-¡Quiquiriluz!¡Quiquiriflor!- gritó Cantarile rebosante de dicha.
¡Había comprendido las palabras de su tía y se sentía en paz con el mundoo entero! Con el tiempo, gracias a sus esfuerzos y a las experiencias que dentro del corral le brindaban los más viejos, nuestro personaje llegó a llamarse:
Cantarile, el Doctor del Gallinero... y al lado de su esposa Plumiflora fue un gallito muy feliz.

FIN